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Infectología: avances jalonados de experimentos temerarios

«En infectología estos ensayos son más conflictivos si cabe, porque participa un nuevo agente, el infeccioso, de comportamiento imprevisible, cuyas consecuencias pueden trascender al resto de la sociedad»

En medicina se aceptan los ensayos clínicos debidamente controlados como fundamentales para el progreso científico y el bien de la humanidad. Pero si no se controlan debidamente, se corre el riesgo de resultar caóticos, de ética dudosa y resultados inaplicables.

El asunto adquiere graves connotaciones cuando los experimentos se hacen bajo presión o sin permiso en escuelas, cuarteles o prisiones (especialmente en guerras) como ocurrió en la 2ª Guerra Mundial, por lo que se implantó el Código de Nuremberg.

En infectología estos ensayos son más conflictivos si cabe, porque participa un nuevo agente, el infeccioso, de comportamiento imprevisible, cuyas consecuencias pueden trascender al resto de la sociedad. Uno de los capítulos mas llamativos en este campo es el de los autoexperimentos. Están impregnados por una mezcla de heroicidad, soberbia, generosidad y conducta temeraria. Citaré algunos ejemplos.

El estudiante de Medicina Daniel Carrión, como buen patriota peruano se interesó por la “fiebre de la Oroya” (distrito peruano) hasta el punto de inocularse en 1885 material contagioso para conocer por si mismo las características de la enfermedad. Y las conoció; describió el proceso en todas sus fases muriendo en unos 40 días. Desde entonces esta fiebre se conoce también como enfermedad de Carrión.

El descubrimiento del agente productor del cólera en las primeras épocas de la Bacteriología dio lugar a no pocas aventuras. El afamado patólogo alemán Pettenkofer, se echó un trago de caldo de cultivo con vibriones en una muestra de desprecio a la propuesta etiológica sobre el cólera del bacteriólogo contemporáneo alemán mas famoso, Robert Koch. Pretendía demostrar que el cólera no reconocía etiología bacteriana. Y tuvo suerte él, porque solo padeció molestias gastrointestinales durante unos días y también la sociedad porque prevalecieron los argumentos de Koch.


No habían transcurrido 2 años desde el descubrimiento del agente responsable cuando el español J. Ferrán comenzó a utilizar su vacuna inyectable en si mismo y en su familia para demostrar su fiabilidad y eficacia. Las etapas en cualquier ensayo, los controles, publicaciones, etc. brillaron por su ausencia. Tuvo la suerte él y su familia (si es que es verdad lo de las inoculaciones) que el vibrión solo es patógeno por vía digestiva. Y la sociedad al desmontarse desde diferentes instituciones las campañas de vacunación de Ferrán.

En la investigación sobre la fiebre amarilla los héroes fueron: Walter Reed, James Carroll, Arístides Agramonte, Jesse W. Lazear. En este equipo se dejaron picar por el mosquito para verificar que es el agente transmisor. El ensayo se programó en distintas fases. Algunos voluntarios padecierón la enfermedad y terminó falleciendo Lazear, uno de los investigadores.

Que nadie piense que este tipo de heroicidades temerarias son cosas de la historia. Tenemos aventuras actuales. Quizá el caso mas conocido es el de Barry Marshall. Sus observaciones sobre la úlcera gastroduodenal le llevaron a proponer la etiología bacteriana y el consiguiente tratamiento antibiótico.

Ante las dificultades para convencer a la comunidad científica decidió el 12/6/1984, saltándose al Comité de ensayos clínicos y a su propia familia, ingerir una suspensión de H. pylori, reproduciendo en si mismo la enfermedad. Su temeraria decisión supuso un cambio revolucionario en esta frecuente y grave enfermedad y fue reconocido con el Premio Nobel, compartido con Warren, en 2005.

Recientemente, 2004, Pritchard se colocó en su antebrazo un parche adhesivo con unos pocas minúsculas larvas de Necator americano. Pretendía demostrar en si mismo los procesos inmunes de la enfermedad. Le ahorro al lector, para no herir su “sensibilidad”, la descripción pormenorizada del paso a sangre, pulmón, faringe y deglución hasta tramos intestinales convirtiendo sus heces en una magnífica fuente de parásitos para ulteriores estudios.

Los casos citados son ejemplos admirables, a pesar de las irregularidades de sus experimentos, de aportaciones para la humanidad partiendo de una entrega personal, con los matices que queremos en cada caso. Pero son muchos más los que no han pasado a la historia porque su método equivocado y temerario terminó en el accidente, muerte anónima o en el mejor de los casos en el olvido.

J.Prieto infectología;

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