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TOSER O NO TOSER (ACERCA DE LA LITERATURA DE LA TOS)

José González Núñez

Ana Orero González

LITERATURA DE LA TOS

La tos es la expulsión violenta y sonora de una corriente de aire procedente de los pulmones, precedida por una inspiración. La tos es un mecanismo de defensa del

organismo humano y, al mismo tiempo, un síntoma frecuentemente asociado a otras enfermedades respiratorias, que se puede presentar de manera aguda o crónica.

La tos ha sido descrita desde los tiempos más remotos y sus múltiples descripciones pueden apreciarse ya en los primeros escritos hipocráticos y, aún más lejos, en los papiros egipcios, en las tablas de arcilla mesopotámicas y en otros documentos médicos de las civilizaciones más antiguas.

Por otra parte, no son pocas las obras literarias que recogen, de una u otra forma, este peculiar y molesto síntoma que todo humano padece en algún momento de su vida. El teatro, la novela, el cuento, la poesía…, los más diversos géneros literarios no han escapado a algún golpe de tos a lo largo de la historia de la literatura.

Dice un antiguo proverbio italiano que la tos, como el amor, no puede ocultarse, pero, como en cada nueva decisión humana, la figura de Hamlet, dudando entre la realidad y la posibilidad, se hace presente a la hora de abordar su manejo y tratamiento. Permítanos el lector la libertad de haber transformado la histórica duda hamletiana en el juego de palabras que da título al trabajo.

UN POCO DE LITERATURA MÉDICA

La tos es un mecanismo de defensa del organismo destinado a eliminar obstrucciones, secreciones de las membranas mucosas o cualquier partícula extraña de las vías respiratorias, que complementa y completa el limpiado mucociliar. Se trata de un acto reflejo, con una función protectora y limpiadora, que se estimula de forma natural ante cualquier irritación -química o mecánica- de la faringe, la laringe o la tráquea.

Además de un mecanismo de defensa, la tos es un síntoma frecuentemente asociado a enfermedades de las vías respiratorias. El material expulsado al toser, la frecuencia con que se produce y otros síntomas asociados, como la fiebre o el dolor, son indicativos de la causa subyacente que la origina. La tos también es un mecanismo de diseminación de infecciones respiratorias y, ocasionalmente, puede ser un mecanismo salvavidas (en algunas personas con enfermedad cardiaca, la tos puede ayudar a normalizar la frecuencia cardiaca).

La tos es una molestia común, un motivo frecuente de consulta en la atención primaria de salud y la causa más frecuente de consulta pediátrica. En general, se trata de una molestia leve, aunque, en algunos casos, puede ser un signo de alarma de un problema más grave. Como mecanismo fisiológico que es, la tos no debe ser suprimida de forma sistemática. Sin embargo, cuando excede la mera necesidad de expulsar partículas o secreciones puede convertirse en una fuente de patologías, como trastornos del estado general, insomnio, dolor, etc., y entonces es necesario su tratamiento farmacológico.

Se habla de tos eficaz o productiva cuando es útil y proporciona algún tipo de beneficio, siendo sus características principales las siguientes: se trata de una tos ruidosa, que elimina mucosidad de las vías respiratorias para limpiarlas, favorece el acceso de oxígeno a los alvéolos, está causada por la irritación o la inflamación de las vías respiratorias, como consecuencia de alguna infección y puede inducirse mediante respiración profunda, con contracción del diafragma y los músculos intercostales, y la espiración forzada.

Se habla de tos ineficaz, no productiva o improductiva, cuando se trata de una tos seca, que no elimina secreciones del tracto respiratorio –el moco resulta anormalmente espeso y viscoso- y está causada por irritación o inflamación de las vías aéreas. La tos no productiva puede interferir el sueño de modo frecuente, entrar en un ciclo de irritación bronquial que produzca posteriores ataques de tos o resultar molesta o peligrosa para el paciente por otros distintos motivos. En estos casos, se puede requerir tratamiento médico, bien para  suprimir la tos mediante la administración de antitusígenos o para convertirla en productiva si se administran expectorantes o mucolíticos adecuados.

En cuanto a su duración, la tos puede clasificarse en:
· Tos aguda, que dura 3 semanas o menos. Su causa más frecuente es el resfriado común, aunque ocasionalmente, una tos aguda puede deberse a una enfermedad más grave como una neumonía o una insuficiencia cardiaca congestiva.
· Tos crónica, que dura 3 semanas o más. En ocasiones está causada por más de una enfermedad y se da muy frecuentemente en fumadores, cuya “tos de fumador” puede enmascarar una segunda causa de tos que puede ser más grave. Además del tabaquismo, que es la causa más frecuente, la tos crónica puede estar causada fundamentalmente por rinitis o sinusitis con goteo nasal posterior, asma e hiperreactividad bronquial, reflujo gastroesofágico (ERGE) y bronquitis crónica y EPOC.
Tanto la tos aguda como la crónica pueden ser síntomas de enfermedades que pueden requerir atención médica.

Por su manera de presentarse, la tos puede ser clasificada en:

Tos de «foca»: generalmente comienza de noche, en períodos de cambios climáticos bruscos, y suele ser un síntoma de laringitis obstructiva.
Tos irritativa: se trata de una tos seca y un poco dolorosa, con algo de picazón o puntada en la parte de atrás del pecho; suele indicar el comienzo de un proceso infeccioso o exceso de contaminación.
Tos húmeda: es la que la utiliza el organismo para expulsar las secreciones bronquiales
Tos convulsiva: tos intensa y fuerte, que se origina a partir de una verdadera crisis de tos o accesos que terminan con un «gallito» y generalmente con vómitos.

La causa de la tos puede no ser aparente de forma inmediata. En la tos crónica puede haber más de una causa produciendo tos de forma simultánea. Para un diagnóstico correcto y un tratamiento eficaz de la tos suelen ser necesarias una exploración médica completa y algunas pruebas de laboratorio. En la inmensa mayoría de los casos, la causa específica de la tos puede ser diagnosticada acertadamente y tratada eficazmente con el tratamiento adecuado.

UN POCO MÁS DE LITERATURA DE FICCIÓN

La tos ataca a las personas desde nuestros primeros padres, como muestra el  texto de Bernardo Atxaga correspondiente a La vida según Adán: “Enfermó Adán el primer invierno después de su salida del paraíso y asustado con los síntomas, la tos, la fiebre, el dolor de cabeza, se echó a llorar …”,  texto que sirve para paliar el olvido de Virgilio, a quien el primo que acompaña a Don Quijote y Sancho en el camino de la Cueva de Montesinos le  reprende por no declarar “quien fue el primero que tuvo catarro en el mundo” y, lógicamente, quién tosió por primera vez.

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Pero la tos no sólo ataca a las personas, sino también a la propia creación literararia, como puede verse en el poema Bajo la lluvia de Ana Muela Sopeña: “Los poemas tosían y tosían/  y nadie lograba/ que dejaran de toser” o en este otro de Rodolfo Álvarez: “Escribo mientras toso/ porque la poesía es la tos,/ esa pulsión inacabable/ que ahoga y acogota/ y que jamás es evitable”.

El poeta Fernando Beltrán ve inseparables hombre y literatura y convierte a la tos en una metáfora del tiempo más remoto: “Escribo sano y salvo desde la tos del tiempo”, verso y versión actualizada del dicho popular que hace de la tos un sinónimo de lo viejo.

La tos está presente en la poesía de grandes creadores españoles e iberoamericanos, como Luis Rosales, Julio Cortázar o Nicanor Parra. He aquí el fragmento de uno de los poemas del primero de ellos titulado  Me gusta tu tos :

“…y ríes como tosiendo,

un poco, nada más que un poco: a mi me gusta

tu tos, es lo más tuyo, y me parece ahora

mismo que he vuelto a oir en la alameda última,

igual que un trapo atado se rasga con el viento

su estrangulada y ronca iniciación de lluvia”.

Al autor de Rayuela pertenecen estos versos del poema Si he de vivir :

 “Si he de vivir sin ti, que sea duro y cruento,

la sopa fría, los zapatos rotos, o que en mitad de la opulencia

se alce la rama seca de la tos, ladrándome

tu nombre deformado, las vocales de espuma, y en los dedos

se me peguen las sábanas, y nada me de paz”.

Y del gran poeta chileno estos otros contenidos en Hay un día feliz:

 “A estas alturas siento que me envuelve

el delicado olor  las violetas

que mi amorosa madre cultivaba

para cortar la tos y la tristeza”.

La tos no es patrimonio únicamente de los poemas en lengua castellana. John Ashbery, uno de los que más han influido en los jóvenes poetas de hoy, nos deja estos versos en su extenso poema El apretón de manos, la tos, el beso:  “…Y de nuevo en la noche,/ la tos del pétalo moribundo”.

La tos tampoco queda confinada al espacio de los adultos, sino que es compañera frecuente de los niños y de sus amigos animales, tal y como hace ver la genial Gloria Fuertes en varios de sus “poema-cuento”, entre los que hemos seleccionado uno de tos improductiva, el que hace referencia a los gatos Mosquito y Ros, y otro, de tos realmente eficaz, ya que se presenta como un estupendo mecanismo para aumentar la productividad de La Gallinita:

“Somos dos gatos,

Mosquito y Ros,

estamos malitos,

tenemos tos.

Tose Mosquito

y toso yo,

y, por la noche,

cuando dan las dos,

nos da la tos a los dos,

-a los dos-“.

 “Aquí te espero,

poniendo un huevo”,

me dio la tos

y puse dos”.

(La Gallinita)

También otras de las grandes aliadas del mundo infantil, las muñecas, parecen tener tos, como apunta Germán Berdiales en La tos de mi muñeca:

“Como mi linda muñeca

tiene un poquito de tos

(toser) (toser).

Yo que, enseguida me aflijo,

hice llamar al doctor.

Serio y callado, a la enferma

largo tiempo examinó,

ya poniéndole el termómetro,

ya mirando su reloj.

La muñeca estaba pálida.

Yo temblaba de emoción.

Al final dijo el doctor,

bajando mucho la voz:

– Esta tos sólo se cura

con un caramelo o dos”.

Y, asimismo, las hadas y los duendes. Acerca de las primeras recogemos estos versos de Cecilia Pisos (Alas de hada):

“Las hadas juegan a la ronda de la luna. A las tres, a las dos, a la una.

Las hadas juegan a la ronda de la tos. A las tres, a la una, a las dos.

Las hadas juegan a la ronda de la nuez. A la una, a las dos, a las tres”.

En relación a los segundos, merece la pena reseñar la ágil y sencilla novela de Hernán Rivera Latelier sobre los recuerdos de un niño que acaba convirtiéndose en un escritor famoso titulada Romance del duende que me escribe las novelas.

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No obstante, el personaje infantil más interesante desde el punto de vista literario es Marcel Proust, de quien tenemos diversos testimonios de la época en la que luchaba contra su asma infantil y la tos asociada a la misma. Según cuenta Stefan Zweig en La trágica vida de Marcel Proust, a la vuelta de un paseo por el bosque de Bolonia sufrió un ataque de asma, y ya para siempre, hasta que Marcel exhaló el último suspiro, los ataques de asma le fueron desgarrando el pecho. Tras la muerte de su madre en 1903, Proust se retira del mundanal ruido y construye su propio mundo, del cual comenta Zweig: “Era un mundo trágico: todo el día yacía en la cama. Su cuerpo siempre sacudido por la tos, delgadísimo, no reaccionaba contra el frío. Marcel vestía tres camisas, se cubría el pecho con un gran paño y se calzaba guantes, a pesar de lo cual continuaba teniendo escalofríos (…). No había en París un pecho más delicado …”.

Por su parte, Evelyne Bloch-Dano en  Madame Proust. La mamá del pequeño Marcel

ha dejado el testimonio del primer ataque:

“… de aquel día data esa espantosa vida sobre la que constantemente planeaba la amenaza de crisis semejantes.

Es fácil imaginar los ataques de tos, los silbidos, la dificultad para aspirar el aire, la imposibilidad de respirar, la palidez de la cara del niño, la asfixia que avanza, la atroz impresión de sofoco, el aliento que se rarifica, los ojos llenos de lágrimas, la boca que busca aire: un ahogamiento fuera del agua, bajo los ojos horrorizados de los padres, de los transeúntes…”.

La tos puede estar asociada al asma y a la hiperreactividad bronquial, pero también a otras enfermedades. Así la encontramos asociada al tabaquismo en La tos, obra del cuentista dominicano Ramón Helena Campos:

“- Mi querido compadre –me dijo-. ¿Hasta cuándo va a usted seguir fumando?

Se está matando lentamente.

– No tengo ninguna prisa –le dije en tono de broma-.

Quise hablar, pero de nuevo las convulsiones violentas del aparato respiratorio

me lo impidieron”.

Otras veces la tos puede estar asociada a los procesos catarrales, como en El barril del amontillado, uno de los relatos más macabros de Edgar Alan Poe. El tema de fondo es la venganza despiadada, como castigo implacabale por una ofensa que no acaba de aclararse del todo. Fortunato (la víctima), resfriado y con tos, no resiste la tentación que conlleva la propuesta de Montesor (el ofendido) de bajar a la bodega húmeda       –que se convertirá en el escenario del crimen- para beber un buen trago de Medoc como bálsamo para aplacar su tos.

Y también parece relacionarse con algún resfriado la tos de la que se hace eco Camilo José Cela en Nuevas andanzas y desandanzas de Lazarillo de Tormes:

 “- Mira, Lázaro –me hubo de decir cuando ya era completa la oscuridad-, de buscar retamas y algún palito, que para mi tengo que el fuego ha de sernos sano, porque esas aguas beneficiosas de que hablaba la pobre Dolores, pienso que si saludables para el estreñimiento, porque rompen lo que está duro, no lo son tanto para la tos que parece haberme invadido”.

estornudo mujer

Probablemente esté más relacionada con la bronquitis crónica o la EPOC la tos que describe Corín Tellado en Batman y Robin:

“Camino desconsolado por esta mansión lúgubre y solitaria,

y de cuando en vez oigo la tos del viejo Alfred: es una tos seca. Rítmica y molesta.

¡El viejo Alfred!. Escuchándole toser pienso en la eutanasia (…).

¡No! ¡Qué espanto! Mejor que se quede. Prefiero escuchar su tos vieja y metódica,

 tos de inglés resignado …. Al menos él me hace compañía”.

Puede que también sea la bronquitis crónica quien esté detrás de la tos que José Mª Requena describe al comienzo de Las naranjas de la capital son agrias, una trepidante metáfora de la realidad en la sociedad española de postguerra:

“… Y le salía una tos muy ronca, como con medias palabras dentro,

por el estilo de la tos del abuelo Santiago, que se cagaba en la leche que mamó

medio mundo, mientras tose que te tose, amenazaba también, como esa moto tuya,

con quedarse ya mismo sin gota de gasolina”.

Y otro tanto puede decirse de la que aparece en el relato Lucha hasta el alba

de Augusto Roa Bastos:

“Tendido en el camastro boca abajo, el muchazo oyó la tos seca del padre,

el soplido para apagar la lámpara. Esperó un buen rato hasta que la noche

 se metiera adentro en la casa”

También La carretera, de Cormac McCarthy, tiene como protagonistas únicos a un padre y a un hijo. Pero, en este caso, el padre (“el hombre”) tose y escupe sangre a cada paso “con los pulmones desechos por la radioactividad”, mientras que su hijo (“el chico”) “parecía salido de un campo de exterminio”.

Por su parte, Héctor Borda Leaño hace referencia a la tos como consecuencia de las duras condiciones de trabajo de los mineros en este duro poema:

“Caminamos todavía entre sílice y cal,

entre martillos

con lacerado pulmón que te acompaña

en la tos terminal de tu apellido”.

A, su vez, Sigmund Freud se refiere a la tos histérica de Dora, la paciente más famosa de la historia del psicoanálisis en Análisis fragmentario de una histeria. Y en el contexto psiquiátrico podría incluirse asimismo los versos en los que Marcos Monteliano Gutiérrez compara la tos con la tristeza, uno de los signos más característicos del trastorno depresivo: “La tristeza es como la tos pero hacia dentro”                                  (Narciso tiene tos).

mujer tosiendo

Sin embargo, la asociación más frecuente de la tos a lo largo de la historia de la literatura ha sido con la tuberculosis, de cuyo protagonista, el bacilo tuberculoso, se ha llegado a decir que es, junto con el hombre, el ser vivo de quien más se ha escrito. Sin duda, es la literatura romántica la más prolija en la descripción de la tuberculosis, pero los personajes tuberculosos han inundado también una buena parte de la literatura de la segunda mitad del siglo XIX y de la primera parte del siglo XX, dejando obras monumentales como La Montaña mágica de Thomas Mann. Sin embargo, hemos querido tomar como ejemplo el singular y extraordinario cuento El dúo de la tos, de Leopoldo Alas Clarín, por ser una narración en la que no hay descripción de los protagonistas, sino únicamente “doliente palpitación de las toses en la noche”, las cuales se configuran como un “dúo musical”. En la habitación 36 se aloja un hombre solo, con la muerte pegada al pecho:

“Y tosía, tosía, en el silencio lúgubre de la fonda dormida indiferentemente como el desierto. De pronto creyó oir como un eco lejano y tenue de su tos. Un eco en tono menor. Era la del 32. En el 34 no había huésped aquella noche. Era un nicho vacío.

La del 32 tosía en efecto; pero su tos era …¿cómo diría? Más poética, más dulce, más resignada. La tos del 36 protestaba, a ves rugía. La del 32 parecía casi el estribillo de una oración, de un miserere; era una queja tímida, discreta; una tos que no quería despertar a nadie. El 36, en rigor, todavía no había aprendido a toser, como la mayor parte de los hombres sufren y mueren sin aprender a sufrir y a morir. El 32 tosía con arte; con ese arte de dolor antiguo, sufrido, sabio, que puede refugiarse en la mujer”.

John Keats, Antón Chéjov, Franz Kafka, Axel Munthe, Camilo José Cela y un largo etcétera de creadores literarios sufrieron los estragos de la tuberculosis y, con ella, las molestias y peligros de la tos, aunque, quizás, el caso más representativo sea el de Jean Baptiste Moliére muerto en el escenario, tras sufrir una hemoptisis masiva, mientras representaba El enfermo imaginario. Pero la tuberculosis no ha quedado confinada a la literatura, sino que, desde ella, ha saltado a la ópera, al cine y hasta la canción popular, siendo el tango uno de los géneros en los que más frecuentemente se puede encontrar la tos asociada a la enfermedad tuberculosa. Y como muestra valga este tango de Cástulo Castillo, interpretado en su día por el mítico Carlos Gardel:

“¡Pobre costurerita! Ayer cuando pasaste

envuelta en una racha de tos seca y tenaz,

como una hoja al viento, la impresión me dejaste

de aquella tu marcha no se acababa más.

Caminito al conchabo, caminito a la muerte,

bajo el fardo de ropas que llevas a coser,

quien sabe si otro día como éste podré verte,

pobre costurerita mía, camino del taller”.

Los relatos anteriores parecen asociar la tos con una patología de base o cualquier otra causa. Sin embargo, Aymara Olid en Tos (es) distingue dos tipos de tos, pero tiene dudas acerca de la causa de cada una de ellas:

“Tengo que pensar en otra cosa para dejar de toser. Porque tengo dos tipos de tos (es). Una que nace de la garganta (…) y otra que nace más abajo, no se dónde, pero es de las que pican. Y es ésta la que más me molesta, la que más me hace convulsionar”. Desconozco su origen, ni siquiera cuantos (orígenes) son. No se si es falta o exceso de amor, aburrimiento sin tragedia o la proximidad de un buen dramón. Lo que se es que voy por el tercer frasco de jarabe para la tos y los saltitos picantes no se detienen. Tengo tos y no quiero sacudirme más …”.

Tampoco parece aclararse el origen de la tos en el comienzo de Un dios extraterrestre, un cuento breve de Javier Tomeo: “Mosén Juan empieza a toser y el pecho le cruje como una castaña asada”, ni en la que seguramente sea la forma más singular de presentación de la tos que se pueda encontrar en la literatura contemporánea: la contenida en el relato El hombre que tosía moscas, cuyo autor es Carlos A. Trinelli:

…De la risa pasé a la tos sin tiempo a cubrirme y dos moscas salieron despedidas de mi boca a todo volar.

-¿Viste eso?

-¿Qué?

-Las moscas que salieron volando.

-Y qué querés que hagan, hasta yo ahora me voy volando para no llegar tarde, dijo ella y se fue (lógico sin volar, usó una metáfora para el apuro) y agregó:-Me parece que te resfriaste.

     Cuando estuve solo corrí al baño, frente al espejo forcé una tos. Una mosca salió de mi boca. La abrí lo más que pude, solo estaban la dentadura y la lengua. Me lavé los dientes e hice unas gárgaras.

     Al llegar al trabajo sentí la nariz cargada de mucosidad, tomé el pañuelo y me soné con energía, percibí una vibración en la mano, miré, allí estaban pegoteadas pero vivas dos moscas. Estrujé el pañuelo y lo tiré en un cesto. Enseguida llamé al médico y le pedí una consulta urgente por algo difícil de explicar por teléfono.

-Venite que te intercalo en el primer hueco que tenga, dijo el doctor Tesebú.

     Llegué con toses y estornudos contenidos. Aguardé con el temor de provocar el pánico si algunas de mis moscas escapaban de forma atolondrada.

-¿Qué te anda pasando José? Se te ve bien, dijo el doctor con ese entusiasmo médico tan común.

-Mirá, dije y tosí por fin.

     Esta vez no pude contarlas pero fueron varias las expulsadas.

-¡No! Exclamó el doctor, sentate en la camilla, ordenó.

     Me auscultó la espalda y el pecho.

-Por suerte, comenzó a decir,-están en los bronquios, podría ser peor si hubieran llegado a los pulmones.

(…)

Siguió:-¿Vos dormís con la boca abierta?

-No sé.

-Es que en boca cerrada no entran moscas, es un axioma en medicina.

     Luego me escribió en una receta una recomendación para un especialista, el único en América, el doctor Carlo Moscatel.

(…)

-¿Cómo se llama lo que tengo?

-En la jerga se lo llama síndrome del moscovita.

La tos puede ser la señal que nos indique el despertar del día, como en el relato de Martín Mérida El país de la mirada: “Despierto …Son las siete de la mañana. Lo se por la tos del molinero”, o en este otro de George Orwell (1984): “Inmediatamente le entró el ataque de tos habitual en él cuando se despertaba”.

A veces, la tos afecta a los pacientes, pero también a los propios cuidadores, como en Los Espectros, una novela breve de Leonid N. Andreyev que nos presenta al personaje de Pomerantzer, un optimista cuya dedicación principal es visitar, en compañía de San Nicolás, los hospitales de noche y  curar enfermos; sin embargo, él mismo…”tosía terriblemente durante horas y horas”.

La tos no sólo es una molestia de mayor o menor gravedad para quien la padece, sino  también un verdadero incordio para los demás y puede llegar a destruir la mejor obra de arte o el momento creativo más extraordinario. Así lo hace ver  Julio Cortázar en su narración La tos de una señora alemana:

“…Tal vez Menuhin no tocó jamás el concierto de Beethoven como esa noche; le sobraban razones para hacerlo tan prodigiosamente en el mismo lugar donde habían sido exterminados siete millones de judíos y donde acaso algunos de sus exterminadores se sentaban en las plateas del teatro y lo aplaudían frenéticamente. Del concierto en sí, de su intérprete y de su director sólo puede hablarse con admiración, pero no es de eso que hablamos sino de ese instante, creo que en el segundo movimiento, en que un pianissimo de la orquesta dejó pasar una tos, un solo golpe seco y claro de tos que no habría de repetirse, una tos de mujer, la tos de una señora que cualquier cálculo de probabilidades definiría como la tos de una señora alemana.

Durante más de treinta años esa pequeña tos anónima había dormido en los archivos de la radio; ahora reiteraba su diminuto fantasma en millares de oídos que escuchaban un concierto en otro tiempo y otro espacio. Imposible saber quién tosió así esa noche; ninguna ciencia, ningún caballero Dupin podría rastrear su origen. Sin la menor importancia, sin la más pequeña significación, esa tos se repitió multiplicada por infinitos altavoces para recaer instantáneamente en la nada; pero alguien que acaso nació para medir cosas así con más fuerza que las grandes y duraderas cosas, oyó esa tos y algo supo en él que lo maravilloso no había muerto, que bastaba vivir porosamente abierto a todo lo que habita y alienta entre lo concreto y lo definible para resbalar a otro lado donde de pronto, en la enorme masa catedralicia de un concierto beethoveniano, la breve tos de una señora alemana era un puente y un signo y una llamada. ¿Quién fue esa mujer, dónde se sentó esa noche, está aún viva en alguna parte el mundo? ¿Por qué esa tos hace nacer estas líneas en otro tiempo, bajo otro cielo? ¿Hasta cuándo vamos a seguir creyendo que lo maravilloso no es más que uno de los juegos de la ilusión?”.

En cambio, en otra narración de Leopoldo Alas Clarín titulada La conversión de Chiripa, la tos no parece importunar demasiado a los asistentes a un oficio religioso, a pesar del ruido que provoca:

“…Allí cerca, junto al púlpito de la Epístola, vio Chiripa otro pordiosero, de rodillas, abismado en la oración; era un viejo de barba blanca que suspiraba y tosía mucho.

El templo resonaba con los chasquidos de la tos; cosa triste, molesta,

 que debía importar a los demás devotos esparcidos por naves y capillas;

pero nadie protestaba, nadie paraba mientes en aquello”.

En Guy de Maupassant se puede volver a comprobar los inconvenientes sociales de la tos y en el relato titulado con el mismo nombre que el molesto síntoma nos ofrece un ejemplo de cómo éste puede arruinar un estreno:

“Se encuentra, usted, amigo, en una sala de estreno, con un catarro en el pecho. Toda la sala ansiosa, anhelante en medio de un completo silencio; pero usted ya no escucha nada, espera, loco, un momento de rumor para toser. Hay, a lo largo de su garganta, unos cosquilleos, un picazón espantoso. En fin, ya no lo soporta más. Peor para los vecinos. Tose. Toda la sala grita: “A la calle”.

En este mismo relato Guy de Maupassant hace ver cómo la tos no sólo puede acabar con un estreno, sino también destruir una relación de pareja:

“- Él parecía que dormía; respiraba tranquilo. Realmente dormía.

Ella dijo:

– Tomaré mis precauciones. Intentaré simplemente respirar, suavemente, para no despertarle.

E hizo como esos que esconden su boca bajo la mano y se esfuerzan por despejar su garganta, sin ruido, expectorando al aire con cuidado.

Fuera porque lo hizo mal o porque el picor era demasiado fuerte, tosió.

Al punto, perdió la cabeza. ¡Qué vergüenza si él se ha enterado! ¡Y qué riesgo!¡Oh!…”.

Por su parte, el poeta y ensayista argentino Ezequiel Martínez Estrada comenta en La tos y otros estremecimientos que “La vida conyugal de Adolf Rauch cambió radicalmente desde que tose”.

En cuanto a la obra de Shakespeare, apenas contiene referencias a la tos, aunque sí hace bastantes a las patologías de base que pueden provocarla. En cambio, la recreación que Melardo Rivas hace de Romeo y Julieta, en la que cuenta los avatares de Germán Albornoz, un estudiante sevillano que estudia en Inglaterra la obra de Shakespeare, se vuelve a plantear la tos asociada a la tuberculosis:

De cuando en cuando Julieta se estremecía, con un estremecimiento del pecho, como si  contuviera la tos. La tisis obligaba a aquel esfuerzo a la fingida muerta (…). La tos, repetida con violencia, sacudía interiormente aquel cuerpo adelgazado…”.

Tampoco abundan las referencias a la tos en la obra de Cervantes y de los grandes escritores del siglo de oro español. En El Quijote podemos encontrar una referencia en el capítulo XXX cuando Dorotea trata de prevenirse la tos “poniéndose bien en la silla”, mientras que, en el capítulo XLVIII, Doña Rodríguez se refiere a los catarros que motivan el síntoma de la tos, tan frecuentes en Aragón. “No he visto el rostro de la tos”, confiesa uno de los personajes de Lope de Vega en El mesón de la Corte. Antes de ellos,  Fernando de Rojas, en la obra Donde hay agravios, no hay celos, nos regala esta singular descripción:

“Apenas sentí que esta tos sosegada, aunque despierta, y apenas vi que tu padre

no escupió una vez siquiera, ni dijo esta tos es mía, con ser la tos su perpetua”.

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