medir

¿Sabía que … sin medir no se puede progresar?

El progreso médico se ha asociado al desarrollo tecnológico, pero sería mas justo asociarlo a la medición y cuantificación de los fenómenos. El siglo XVIII proliferan, numerosos conflictos locales y regionales por las discrepancias a la hora de medir, pesar o valorar los servicios, las propiedades, los bienes materiales o los fenómenos biológicos.

En una misma ciudad se utilizaban diferentes unidades de medida para la simiente, el trigo recogido, la harina o el pan, que a su vez diferían de la ciudad vecina y con frecuencia se pagaba con monedas distintas; muchos conflictos terminaban en revueltas populares.

Las calenturas eran graves o leves y el peso y dosificación de medicamentos nos lo podemos imaginar, la pizca, la cucharada (sopera, de café..) el dedal, la onza (inglesa, catalana) etc. necesitaba de auténticas guías de equivalencia para el farmacéutico y el médico. Menos mal que a finales del XVIII, conociendo la necesidad de unificar criterios y a pesar de los enfrentamientos de los países, los franceses se plantean, con gran inteligencia, por dónde empezar y deciden que lo mas racional es establecer una unidad de longitud.

La Academia de Ciencias financió la expedición para medir un arco de meridiano, como referencia fija, estableciendo el metro, que debía ser aceptado universalmente. Rápidamente se estableció el sistema métrico decimal que poco a poco se iría imponiendo en la mayoría de los países. Llegó la fiebre de medir a la que se unieron todos los científicos. Kelvin, el de la escala de la temperatura señalaría “Ciencia es medir y comparar, lo demás es opinar”.

¿Imagina el lector algún avance en el control de la infección sin contemplar las unidades de medida? Tenemos numerosos ejemplos de su trascendencia como los criterios numéricos de fiebre, leucocitosis o albuminuria por citar datos inespecíficos de infección.

Qué decir de los criterios de Kass (1956) para diagnosticar la infección urinaria, los de Maki (1977) y Cleri (1980) en catéteres o las cifras de CD4 en SIDA. Cuando no se pueden utilizar datos absolutos se recurre a la semicuantificación, como hacemos con los títulos de anticuerpos, la seroconversión, índices, “scores” etc. que ayudan al diagnóstico y al pronóstico. En este sentido, contamos con la carga viral, la CPM, la escala de M.J. Fine (1997) en neumonías o la puntuación APACHE (W. Knaus, 1981) en sepsis entre otros muchos ejemplos.

Hasta en las situaciones más difíciles todo sanitario busca definiciones precisas y unidades de medida para fijar criterios universales como ocurre con las neumonías, infecciones oportunistas, comorbilidad, etc. Ehrlich, estableció para la toxina diftérica la DLM mínima cantidad que al cobaya de 250 gr le causa la muerte en 4 días y la UA o unidad antitóxica, capaz de neutralizar 100 DLM. Éstas permitieron establecer la Lf o Unidad Floculante y la DMR o Dosis Mínima Reactiva. Curiosamente 110 años después siguen en vigor.

La quimioterapia, es otro buen ejemplo. Una crítica a Fleming es que, aunque habló de la titulación de la penicilina, no la documentó. La valoración no se haría hasta 1941 por el grupo de Florey. La UO o Unidad Oxford la definieron como “la cantidad de penicilina contenida en 1cc de una determinada disolución de penicilina en tampón fosfato, siendo su potencia tal, que 0,01 a 0,02 de unidad por cc inhibe el crecimiento de cepas sensibles de estafilococos”.

Al purificar la penicilina se fijó la Unidad Internacional como “la actividad específica contenida en 0,6 millonésimas de gramo de la sal sódica de penicilina (nomenclatura inglesa) o penicilina G (americana), pura, cristalizada y desecada que se depositó como patrón internacional en el “Departament of Bioligical Standards” de Londres (1944). Fue acordado por representantes de EEUU, Francia, Inglaterra, Australia y Canadá, asesorados por Fleming y Heatley.

En los últimos 50 años se dió un paso de gigante. Ahora se mide absolutamente todo, hasta el punto de que un informe técnico o un artículo científico puede resultar un galimatías para un científico que no sea especialista. Las definiciones, criterios, índices, datos numéricos, etc.

terminan siendo una jerga de uso universal. Los índices microbiológicos, farmacológicos y clínicos permiten reproducir cualquier experimento en cualquier lugar. La CMI, el punto de corte, la Cmax, el volumen de distribución, el índice terapéutico, la carga viral, curación clínica puntuaciones de pronóstico etc. etc. son ejemplos de sistemas de medida objetivos y universales.

Tenemos tantos datos, tantas unidades de medida, tantos criterios… que no dejan ver el bosque. Es la explicación de la necesidad de ordenar, clasificar y elaborar documentos de consenso para la práctica médica racional y protocolizada. No olvidemos que los interrogantes que siguen pendientes en Microbiología clínica, que son muchos, requieren su cuantificación para iniciar el proceso de resolución.

Autor. J.Prieto.

¿Convergen los avances médicos y tecnológicos?

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *