el ocho

9 Números: El ocho

Hemos llegado al ocho, un número bonachón, gordito y de gran predicamento entre los varones. Vine a ser como un tres mirándose al espejo, o como dos choricitos o butifarritas. En cualquier caso, posee dos cuerpos, con aspecto de dos ceros, uno mayor abajo y otro menor encima. A propósito de gorditos; siempre que veo unas gordas me acuerdo de la película “avanti!”, de Billy Wilder, que en español se llamaba “¿qué paso entre mi madre y tu padre?”, con unas vistas preciosas de la bahía de Nápoles e Ischia. Jack Lemmon (el acaudalado Ambruster junior) iba a recoger a su padre, que al parecer tuvo algo que ver con una manicura, madre de Peggy, que la interpretaba la Mills (la hija de John Mills y hermana de Haley Mills, pero no recuerdo su nombre). Muchos personajes épicos, como Carlucci, el inefable director del Hotel – Balneario, los hermanos Trotta (no se pierdan la escena del tuerto Trotta conduciendo el Fiat Cinquecento), el mozo sinvergüenza y su amante, la camarera siciliana con bigote, pero sobre todo la melodía “sensa fine” (sin final), un vals precioso. Jack Lemmon hizo varias películas inolvidables, como la de Marilyn y Curtis (con faldas y a lo loco), varias con Walter Matthau (la extraña pareja, aquí un amigo, en bandeja de plata…), así como un odioso personaje en días de vino y rosas o el ínclito profesor Fate, de la carrera del siglo, que tenía como ayudante a Peter Falk (el insoportable y pesadísimo detective Colombo, de la serie televisiva, al que había que confesar que uno mató a Viriato, si es que se le metía en el coco). En la carrera del siglo estaba la apolínea Natalie Wood, muerta cuando cayó al mar (o la tiraron) en circunstancias oscuras. La primera vez que aparece en pantalla, mucho antes de su cine con James Dean, fue en una película magnífica titulada “el fantasma de la señora Muir”, con Gene Tierney, Rex Harrison y George Sanders, dirigida por Joseph L. Mankiewicz en 1946 y oscarizada en 1947 por su fotografía en blanco y negro. Allí, Natalie Wood era la hija de la señora Muir, una niña muy pequeña, de unos ocho o diez años.

9 NÚMEROS

El ocho es el cubo del dos (23 = 8), de manera que establece una relación con ambos números primos. Pertenece a la serie de Fibonacci, aunque él no es primo, situándose entre el 5 y el 13, de manera que se lleva tres con el cinco y cinco con el trece que si los sumamos hacen ocho. El ocho, pese a no ser primo, como decimos, presenta un protagonismo especial en la serie de números primos. Así, el número que recorre todos los dígitos, el 1.234.567.891 es un número primo que contiene números no primos, entre ellos el ocho y el 230º número primo, que tiene 6.400 dígitos, está compuesto de 6399 nueves y solo un ocho.

La influencia del ocho en nuestra cultura es notable. Por ejemplo, es el número de notas de una octava musical, base del trabajo de muchos compositores. Es el número atómico del oxígeno y el número de escaques por lado del ajedrez, así como la unidad de computación (el byte, que tiene ocho bits o señales). Un real tenía ocho pesos, como una araña tiene ocho patas. En estas arañas, el ocho juega un papel importantísimo en su estabilidad y direccionamiento, de manera que, al tener más patas, le permite ajustar mejor el rumbo.

Se representa como las dos sierpes enlazadas del caduceo, símbolo del equilibrio de fuerzas antagónicas (factores de riesgo y factores de protección, que definen la medicina). Si lo tumbamos es el infinito, pero derecho es el símbolo de la ciudad de Sevilla o de muchas pilas bautismales (unas veces de pie y otras acostado). Igualmente refleja las ocho bienaventuranzas y se considera como alegórico del sacrificio de Cristo en la cruz. En la cosmogonía medieval, el 8 representaba el cielo de las estrellas fijas (firmamento), simbolizando el perfeccionamiento de los influjos planetarios y como octavo arcano del Tarot, es la Fuerza.

El planeta del ocho es Saturno y su constelación la octava, que corresponde a Escorpio. Su metal es el plomo y su piedra en ónix negro. Se representa mejor mediante la nota do (C) de la segunda octava. Se asocia con Job, significando pruebas y dolores. El ocho horizontal, el infinito, es el signo de la orden sagrada del Tíbet, cuyo lema es: “nada resiste a nuestro poder”, para lo que insinúan las siguientes actuaciones (que me parecen una sandez, dicho sea de paso, pero que son entretenidas):

  1. Quietud y silencio mental. Bueno, lo mismo que pide el gobierno de cualquier país.
  2. Imaginar vivamente el santo ocho. Esta es una clara incitación al porro.
  3. Meditar profundamente en la orden sagrada del Tíbet. Más porros.
  4. Con los dedos medio, índice y pulgar de la mano derecha, trazar el susodicho signo sobre la superficie del plexo cardíaco. Mejor en las posaderas, diría yo, y de paso uno se rasca.

Como ven ustedes, la gente se inventa cualquier cosa para vivir, que hay mucha necesidad y muy pocas ganas de currelo.

El signo del ocho ha evolucionado bastante, desde los hindúes a nuestros días:

En la baraja española no hay ochos, pues tal valor se le asigna a la sota, carta que tiene siempre mala fama, asociándola con la prostitución, por razones poco claras.

La expresión “más chulo que un ocho” tiene su origen en Madrid, y sirve para ponderar o alabar la majeza de algo o de alguien. Puede que tenga su arranque en el tranvía nº 8, que iba de la Puerta del Sol al barrio del Manzanares, tal vez por la chulería de los que –en día de romería– cogían atildados dicho transporte para ir a la ribera del Manzanares y de ahí, al Paseo de San Antonio de la Florida.

La trenza, tanto la del pelo como la de zampar, representa uno o varios ochos engarzados, como la cadena. Eso lo sabía un pequeño que, junto con su padre, contemplaba un brillante desfile militar en la Plaza Roja de Moscú, allá por los tiempos del bárbaro Stalin.

  • Papá, ¿quiénes son esos?
  • El ejército que nos liberó.
  • ¿Y qué es liberó?
  • El que nos quitó las cadenas –contestó el padre, que era hombre sencillo y de nula afección política.
  • ¿Qué cadenas?
  • Pues unas cadenas de oro que usábamos para llevar los relojes de bolsillo –afirmó el padre, que era totalmente lego en estas materias.

El octavo mes del año es el de agosto, que incluye dos signos del zodíaco: leo y virgo. En agosto se lanzaron las tremendas bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, con un sinfín de víctimas y un recuerdo imborrable, como el del jesuita Padre Arrupe, que tuve el honor de conocer personalmente y que me describió todas sus sensaciones en aquellos momentos. Lo tengo grabado en mi memoria y allí debe seguir.

En el juego del ajedrez el número ocho juega un gran papel. En sesenta y cuatro casillas o escaques (ocho al cuadrado) se distribuyen las fichas de dos jugadores, constituidas por dieciséis elementos: ocho peones, dos torres, dos caballos, dos alfiles, una reina y un rey. Sumando los dos contendientes, hay 32 piezas. ¿Saben ustedes cuántas piezas dentales tiene un adulto?, pues 32, igualmente. Alguien dijo que la masticación es el acto más inteligente del ser humano, pues rentabiliza la ingesta al máximo. De hecho, los animales más bien engullen que mastican salvo las vacas, que rumian (y no les va mal del todo). Hay 32 piezas y 32 huecos, en total 64.

En nuestro ADN, las cosas suceden un poco como en la informática. Por ejemplo, usamos cuatro bases: adenina (A), timina (T), guanina (G) y citosina (C), que se combinan con ellas mismas, de manera que la unidad básica con mayor variación posible consta de ocho bases:

A – T

T – A

G – C

C – G

La realidad es bien distinta, pues suelen repetirse y constituir segmentos de muy diversa dimensión. Pero eso sí, el Macacus rhesus comparte el 93% de nuestro genoma. Aunque la unidad base, que son los nucleótidos, tiene que ver con el ocho:

  • Tienen ocho carbonos.
  • Doce hidrógenos.
  • Siete oxígenos.
  • Tres nitrógenos.
  • Un fósforo.

Sumemos: 8 + 12 + 7 + 3 + 1 = 31 → 3 + 1 = 4 = 8 / 2, las bases púricas y pirimidínicas. Además, 31 es un número primo y no pertenece a la serie de Fibonacci.

Por último, volvamos a los sólidos platónicos.

El octaedro consta de ocho triángulos equiláteros. Se trata de una pirámide duplicada a partir de su base y en sentido inverso. Los ángulos del cuadrado que lo seccionan suman 360º, mientras que los de los ocho triángulos que conforman sus facetas, suman 180 x 8 = 144. Pero se da una curiosidad:

3 + 6 + 0 = 9 y 1 + 4 + 4 = 9

Esta relación del 8 con el 9 nos lleva a la del 9 con el 3, o sea, la del 8 con el 3 x 3.

La vida te acarrea un cúmulo de perplejidades siempre, pero la que más me llama la atención en relación con el 8 es la de su posicionamiento en relación con el infinito, en una perpendicularidad que nos lleva a Sevilla:

¡Y olé!

Sobre el autor

Coronel médico

Francisco Hervás Maldonado es Coronel Médico en situación de Reserva, Dr. en Medicina y Director del Grupo de Estudios clínicos en Lógica Borrosa. Fue Jefe de Servicio en el Hospital Central de la Defensa y Profesor de Ciencias de la Salud (Universidad Complutense de Madrid). Ha escrito varios libros y numerosos artículos relacionados con Gestión y Matemáticas de la Salud. Entre sus aficiones destaca la música y la literatura.

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