antimonio

La Medicina por elementos: Antimonio

Antimonio (Sb) ¡Vaya elemento!

 Es un elemento discutible en Medicina. De entrada, su etimología es confusa, ya que procede del egipcio “stmy”, (stibium en latín), de donde procede el símbolo Sb. Luego sería traducido al árabe como “ithmid”. Finalmente, por errores de grafismo según algunos arabistas, se traduce del Canon de la Medicina de Avicena como “atimoi o antimonio (en español).

 Es muy escaso en la naturaleza en estado puro; no tanto combinado. Es un elemento semimetálico, pero se comporta como un no metal. Paradójicamente dilata al enfriarse y hace buenas migas con el azufre, el oxígeno, el cobre, la plata y el plomo. Se quema en forma luminosa bien conocida por los fabricantes de fuegos artificiales, como no podía ser de otra manera. Contamina los suelos, aguas y aire y, cuando alcanza determinadas concentraciones, puede resultar dañino para seres vivos. Los derivados del antimonio en Medicina han sido denostados por unos y ensalzados por otros, según iba la feria de cada época.

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Precedentes médicos

  Conocido desde hace más de 5.000 años, el Sb como sulfuro se aplicaba a los párpados de los niños en Egipto como una pasta negra (“kohl”) o en fino polvo (“alcohol”). No era un simple maquillaje de ojos; prevenía las infecciones de párpados y, al evitar las lesiones legañosas, protegía de las moscas. Así se luchaba en Egipto, país de los ciegos, contra la transmisión pasiva del agente productor del tracoma. Esta aplicación antiinfecciosa en niños, también usada de adorno, explica su extensión por los países próximos hasta bien entrada la Edad Media. Y todavía se ve en algunos reportajes.

 En el “Canon” de Avicena,  donde surge el término antimonio, se cita su carácter astringente y se incluye en los remedios contra la disentería. Describe las pastillas de antimonio, zumaque, cúpulas de granada, uva agraz, siempreviva, balaustia, calcanto, colcotar, plomo y cardenillo. Cabe preguntarse si solo curaban la diarrea.

  La fiebre, expectoración y falsas membranas de las faringitis, bronquitis y difteria, respondían mejor a los compuestos de Sb que a los demás. Se consideró su baja toxicidad y por eso se utilizó ampliamente como purgante, emético, febrífugo y expectorante. A falta de otro remedio mejor, el vomitivo tártaro (tartrato) emético de Bergman castigó cruelmente a los niños de los siglos XVIII y XIX. ¡Pobres niños!

 También se indicó el tartrato de antimonio en el tratamiento de la melancolía (depresiones) con la denominación de “polvos del Dr. James”. El propio Jenner (el de la vacuna antivariólica) los defendía en emplastos sobre la cabeza para todo tipo de locuras. El “kermes”, compuesto de varias sales de Sb, fue un fármaco muy popular como expectorante y febrífugo en bronquitis y neumonías de adultos. Recogido en la Farmacopea Española como  Antimonio sulfurado rojo, es conocido también como “polvo de los cartujos” Los citados polvos no se deben confundir con los “polvos jesuíticos” (quina) ni otros tipos de polvos.

 Curiosamente, el carácter venenoso del Sb en general, no supuso su proscripción total de la Farmacopea. Se mantuvo la indicación ¡para enfermos robustos con una salud aceptable como leprosos o sifilíticos! De hecho, los derivados antimoniales trivalentes se consideraron los primeros específicos frente a treponemas sifilíticos. Sería por poco tiempo. Su escasa eficacia, alta toxicidad y los “nacionalismos” de la época,  llevaron a Ehrlich a buscar alternativas en la sífilis con el arsénico.

  A principios del XX la expansión europea en África encontró un obstáculo desconocido, una grave enfermedad e insuperable que afectaba a humanos y équidos. La “enfermedad del sueño” producida por los protozoos tripanosomas causaba pánico y la enfermedad de caballos y vacas lastraba la logística de la expansión. Quien controlara la enfermedad, controlaría África. Ingleses, franceses y alemanes entraron en liza rebuscando entre los productos de la alquimia precedente. El resultado: resurgimiento de los derivados arsenicales y antimoniales.

  En general el antimonio y sus derivados, como muchos otros elementos, cumple el “efecto guadiana” en Medicina. El Parlamento de Francia lo prohibió por venenoso en el XVI y lo rehabilitó un siglo después por ser una valiosa medicina. La rehabilitación no dejó de ser una fantasía, tardando un siglo en aclararse el error. En 1.866  quedó catalogado el compuesto de Bergman como un veneno por su acción sobre el corazón y el sistema nervioso. Se demostró que la alta mortalidad de neumonías y difteria bajaba considerablemente tras el abandono del citado tratamiento. 50 años después se redescubrió como específico para algunos protozoos patógenos y sífilis. Ahora está en baja estima, pero siguen registradas y patentadas muchas presentaciones.

La leishmaniosis visceral o kala-azar

  Es una enfermedad producida por un protozoo, Leishmania, transmitido por un  mosquito, Phlebotomus, desde el reservorio, canino habitualmente. Pittaluga demostró en 1.920 que no era una enfermedad exótica en España, sino endémica, con formas tanto viscerales como cutáneas. Se diagnostica en Levante – Murcia especialmente-, valles de Gredos, Arribes del Duero y Madrid, área de Aranjuez. Pasadas varias décadas, cuando considerábamos controlada la enfermedad, aparecen nuevos escenarios. Infecciones asociadas por Leishmania en SIDA, resistencias a antimoniales y nuevos factores epidemiológicos. Tal fue el brote de Fuenlabrada (Madrid) de hace unos años, con las liebres como inédito reservorio.  

 Los derivados antimoniales adquirieron un lugar preciso en la terapia infecciosa. El cloruro o “manteca” de Sb se indicó para cauterizar úlceras cutáneas sifilíticas y heridas emponzoñadas. Por sus buenos resultados, se extendió la aplicación en los años treinta al tratamiento tópico del Botón de Oriente (leishmaniosis). Despejó el camino para introducir el antimonio tiomalato de litio como específico de la esquistosomiasis y leishmaniosis visceral. Diferentes antimoniales trivalentes se fueron sucediendo con aportaciones terapéuticas más o menos discutibles, hasta la llegada de los pentavalentes.

 Actualmente, tanto en las formas cutáneo mucosas como en las viscerales, se utilizan por vía sistémica los pentavalentes (el más conocido, “Glucantime”). Se administran solos o asociados a anfotericina B, miltefosina u otros. Hasta 30 fármacos diferentes han mostrado alguna actividad. La tendencia actual es ir sustituyendo los antimoniales por otros fármacos activos, que evitarían en parte la toxicidad y las resistencias.

 Un fenómeno interesante se ha descrito con los antimoniales como profármacos. Éstos se refieren habitualmente a los preparados que, al metabolizarse, liberan el componente activo tras  superar la acidez gástrica. Los antimoniales pentavalentes son especiales. Curiosamente los macrófagos se encargan de corregir a la industria farmacéutica. Los pentavalentes actúan tras reducirse a principio trivalente activo en la etapa parasitaria macrofágica del protozoo intracelular. El trivalente interfiere en el sistema redox, destruye los parásitos en los fagolisosomas del macrófago y sería también el componente tóxico del fármaco.

¿Cual será el futuro de los antimoniales?

 Seguramente seguirán en caída libre por varios motivos. No hay proyectos notables para mejorar los preparados existentes o investigar nuevos derivados. Cada vez hay más alternativas terapéuticas a los antimoniales, que rinden más beneficios comerciales a la industria. Además, países como India o Brasil optan por la fabricación de algunas presentaciones sin licencia de patente. En los países desarrollados está mejorando el control del reservorio, los vectores y de la propia enfermedad, bajando el consumo notablemente. Juzgando su presente,  estamos ante un “elemento de cuidado”. Por sus antecedentes tóxico-delictivos está llamado a serle retirado el privilegio de figurar en la farmacopea. Por sus potenciales usos futuros, conviene mantener los antimoniales en la reserva.

Sobre el autor

Médico, fue profesor de varias universidades españolas donde trabajó sobre: diagnóstico, nuevos antimicrobianos, modelos de cultivo continuo y arquitectura de poblaciones bacterianas. Su labor se plasmó en numerosas publicaciones científicas, libros y artículos de divulgación. En Esfera Salud, sus artículos de divulgación sobre historia y actualidad de la Medicina, están dirigidos al público interesado en temas de Salud.

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